La semilla amenazada
El Reino de los Cielos se parece a un hombre que sembró buena semilla en su campo; pero mientras todos dormían vino su enemigo, sembró cizaña en medio del trigo y se fue. Cuando creció el trigo y aparecieron las espigas, también apareció la cizaña. Los peones fueron a ver entonces al propietario y le dijeron: ‘Señor, ¿no habías sembrado buena semilla en tu campo? ¿Cómo es que ahora hay cizaña en él?’.
Mt 13,24-43
Buen domingo, hermanos/as, ¿cómo han vivido esta semana? Siguiendo con la serie sobre las parábolas hoy compartimos el segundo capítulo: el trigo y la cizaña. La podríamos titular la semilla amenazada.
Los protagonistas
El sembrador: el Hijo.
La buena semilla: los hijos de Dios, o sea, los hombres y mujeres comprometidos, que viven y trabajan según los criterios del evangelio.
El campo: la humanidad y el mundo llamados a ser reino de Dios.
El enemigo es el demonio y sus servidores, empeñados en quitar la alegría y robar la esperanza a los hijos de Dios.
Por el p. Julio Cura omv
La buena semilla cae en el campo del mundo (Mt 13,38). Se trata de la gracia que Dios ofrece a cada ser humano, manifestando así el carácter universal de la salvación. Pero el mundo no siempre es receptivo y favorable al crecimiento del reino; también actúan las fuerzas del mal, del «mentiroso y homicida desde el principio», cuyos protagonistas son los ambiciosos, amantes del poder y del dinero, los inescrupulosos que especulan con el sufrimiento humano.
El acento principal de la parábola parece referirse a las persecuciones que sufrían los cristianos «por causa de la Palabra». Las comunidades primitivas quizás imaginaron que el reino de Dios crecería sin inconvenientes y se afianzaría en forma triunfalista. Pero pronto se dan cuenta que la fuerza de Cristo no se manifiesta de modo espectacular. Así les sobreviene la tentación del desánimo, pensando que el poder del maligno ha quedado impune, a pesar de las oraciones, los sacrificios y las persecuciones padecidas por los cristianos.
La pregunta es inevitable: ¿por qué siempre deben coexistir el trigo y la cizaña, el bien y el mal, el reino de Dios y el del demonio?
Esta parábola nos presenta una visión realista del pueblo de Dios, válida para cada época hasta el fin del mundo. Imaginar que el reino se impone por la fuerza, como lo hacen «las potencias del mundo», es una perspectiva ilusoria ajena al evangelio y destinada a caer en un pesimismo fatalista. Así nace la tentación de los fundamentalismos y sectarismos que tanto daño han causado y causan a la Iglesia y a la humanidad. El mito de la pureza legal es propio de las sectas: de los que hacen prevalecer el rigor de la ley por sobre el precepto del amor.
El reino de Dios crece en un clima de libertad y de paciencia. Dado que Dios no quiere exponer el reino (la buena semilla) al fracaso, sino llevarlo a maduración para que se vuelva más perfecto a pesar del mal (la cizaña). Si el juicio de Dios se realizara en forma inmediata ante cada adversidad, ni siquiera los buenos estarían preparados.
Dios deja a cada uno el tiempo suficiente para la decisión, para la conversión, para la madurez hasta la edad adulta de Cristo (Ef 4,31), los deja crecer juntos hasta la siega (Mt 13,30). Entonces será el final: el juicio de Dios.
Esta parábola nos traslada como un relámpago hacia el fin de los tiempos, nos habla del reino del Padre (Mt 13,43) donde los justos, es decir, los que creyeron, los que esperaron, los que perseveraron, los que soportaron y resistieron amando, brillarán como el sol (Ap 7,13s). En contraposición, y con lenguaje siempre simbólico, nos habla de fuego ardiente, de rechinar de dientes, es decir, del reino de la condenación eterna destinado para el maligno y sus seguidores.
Sin embargo, entre el relato de la parábola y su explicación al final, como para levantar nuestro espíritu, Jesús nos sorprende con dos breves parábolas, que podríamos llamar semillas de consolación: la parábola del grano de mostaza y la de la levadura. Las compartimos: «El reino de Dios es como un grano de mostaza…» Aquí se nos propone un principio humilde, pequeño, insignificante, cuyo final será de plenitud. Pero, antes de ese final, transcurre el tiempo histórico, tiempo de compromiso para el cristiano, tiempo de riesgo, dificultades y contradicciones, pero que no se puede soslayar. La meta es la plenitud en la casa del Padre, pero el camino pasa por la cruz. A esto se refiere la siguiente parábola que propone Jesús: «El reino de Dios es como un puñado de levadura arrojado en la harina». Aquí la levadura sería el testimonio de una vida cristiana auténtica y comprometida que hace fermentar el mundo: de la familia, del trabajo, de la escuela, de la política, de la economía, de la cultura, de los medios de comunicación… El reino de Dios actúa de modo invisible y casi imperceptible pero sin pausa.
El cristiano no debe medir sus progresos con criterios mundanos (eficientistas, utilitaristas), sino con los del Espíritu. Mientras tanto, no debe desanimarse ante la adversidad, sino trabajar con esperanza en los surcos del mundo y de la historia. El triunfo de Cristo se manifestará sólo al final cuando seremos juzgados por el Amor, como nos dice San Juan de la Cruz.
Volviendo a la parábola principal, no puedo evitar la tentación de pasar del sentido real al figurado, a la metáfora. O sea, la cizaña es con frecuencia sinónimo de persona mala. El cizañero/ra con su lengua filosa es quien habla mal del otro/a, el que desune vínculos familiares o entre amigos o compañeros, el que entorpece una obra buena, el que pone palos entre las ruedas, crea conflictos… En una palabra, es el/la mala leche que enturbia el ambiente y quita la paz.
Terminamos con estas alentadoras palabras de san Pedro: Encomienden a Dios todas sus inquietudes, ya que él se ocupa de ustedes. Sean sobrios y estén siempre alerta, porque su enemigo, el demonio, ronda como un león rugiente, buscando a quién devorar. Resístanlo firmes en la fe, sabiendo que sus hermanos por el mundo padecen los mismos sufrimientos. El Dios de toda gracia, que nos ha llamado a su gloria eterna en Cristo, después que hayan padecido un poco, los restablecerá y confirmará, los hará fuertes e inconmovibles. ¡A él sea la gloria y el poder eternamente! Amén.