Reconciliación
En el Santuario celebramos la reconciliación cotidianamente.
Desde el Año de la Misericordia también Santa Rita es Santuario de Misericordia y Reconciliación.
La manera más conocida y habitual -no la única- de celebrar la reconciliación es mediante el Sacramento del Perdón que, tradicionalmente, lo llamamos la confesión.
Preguntas Frecuentes
1- ¿Tengo que confesarme siempre que quiero tomar la comunión en la misa?
Antiguamente no se comulgaba todos los días; incluso aún yendo a misa todos los días no se recibía la comunión sino a intervalos más espaciados. Por eso, además de comulgar, se recomendaba también reconciliarse como parte del propio proceso de fe. Sin embargo, no es necesaria la confesión sacramental cada vez que deseamos comulgar, a no ser que tengas necesidad de pedir perdón por algo que pesa en tu conciencia.
2- ¿Cada cuánto hay que confesarse?
La Iglesia recomienda que por lo menos una vez al año se celebre la reconciliación. Sin embargo, el cristiano que oye la voz del Espíritu en su interior se da cuenta que necesita ir aclarando con cierta perioricidad su propio espíritu delante del Señor. Algunos/as cristianos/as se reconcilian semanalmente; otros/as mensualmente. Cada quien debe encontrar la mejor cadencia para su revisión de vida.
3- Me da mucha vergüenza contarle a un sacerdote mis pecados. ¿Tengo que hacerlo igual? ¿Puedo hablar directamente con Dios?
Sentir vergüenza porque hemos actuado incorrectamente es propio de las personas buenas. Narrar ante un hermano nuestra propia historia de pecado o de desaciertos nos hace mucho bien; es una experiencia de liberación. Porque nuestro pecado no es solo contra Dios, sino también contra los hermanos y la comunidad. Debemos hablar con Dios confiadamente; también celebrar el sacramento, según nuestras propias posibilidades y limitaciones.
4- ¿No es mejor hablar con una persona amiga para pedir consejo?
Siempre es bueno pedir consejo a un amigo; nos hace mucho bien y es un regalo de Dios. Sin embargo, el sacramento de la reconciliación no tiene como finalidad dar consejos, sino celebrar el perdón gratuito que viene de Jesús. Ambas cosas vienen de Dios.
5- ¿Por qué tengo que confesarme ante un hombre?
Todos los sacramentos son experiencia de la gracia de Dios, gracia que se nos da, valga la redundancia, gratuitamente, por puro amor. Y desde que Dios se hizo hombre en el Señor Jesús todo lo de Dios nos es entregado por manos humanas, según nuestra capacidad y necesidad y también según nuestras costumbres. Dios cuenta con nuestra humanidad, no la pasa por encima. Por eso, nos reconciliamos junto a un hermano a quien la Iglesia le confió encarecidamente el ministerio de la reconciliación. El sacerdote no está allí por méritos propios o por haber hecho carrera; ha sido enviado por Jesús y por la Iglesia con un mandato de misericordia.
6- Hay sacerdotes con quienes no me siento en confianza o parece que no me comprenden.
En toda relación humana, más si se ponen a la luz delicadas cuestiones de conciencia, puede sucedernos que no encontremos el interlocutor adecuado. Hallar a la persona indicada con quien celebrar la reconciliación es una bendición del Señor. Porque a veces buscamos a alguien que no nos conozca; otras, a quien nos conozca bien; a veces sólo necesitamos relatar lo que nos pesa en la conciencia; y otras, escuchar una palabra que nos devuelva la paz.
7- No tengo mucho tiempo para confesarme y cuando voy a la iglesia el cura no está
Es cierto que no en todos los templos podemos encontrar siempre un sacerdote disponible para la reconciliación. En algunos Santuarios en particular están durante todo el día o en horarios preestablecidos. Y si bien es verdad que el Señor nos toca el corazón cuando menos lo esperamos y nos suscita la necesidad del perdón, es muy aconsejable dedicarle tiempo al sacramento.
Hay iglesias con horarios fijos, otras con días determinados. Lo mejor es agendar la cita con el sacerdote u obispo con quien quiero celebrar la reconciliación en un horario cómodo para ambos. La celebración del perdón necesita espacio suficiente en nuestra vida.
8- He dejado de confesarme porque siempre pido perdón por las mismas cosas
El reconocimiento sincero de nuestra fragilidad es propio de las personas que se dejan amar por el Señor. No nos ama porque hacemos las cosas bien ni deja de querernos cuando nos equivocamos. El nos ama por puro amor y sabe de qué estamos hechos. Por eso, si reincidimos o sentimos que volvemos al mismo pecado no daremos lugar al desánimo ni al desencanto. Porque si un niño, por miedo a caer, no comienza a caminar, entonces no caminará jamás. Por eso, daremos por supuesto que caeremos muchas veces -ese no es el problema-; nos levantamos de inmediato, decimos «Ahora comienzo» y nos ponemos en camino una vez más.