Una semilla generosa

Una semilla generosa

«El sembrador salió a sembrar. Al esparcir las semillas, algunas cayeron al borde del camino y los pájaros las comieron. Otras cayeron en terreno pedregoso, donde no había mucha tierra, y brotaron en seguida, porque la tierra era poco profunda; pero cuando salió el sol, se quemaron y, por falta de raíz, se secaron. Otras cayeron entre espinas, y estas, al crecer, las ahogaron. Otras cayeron en tierra buena y dieron fruto: unas cien, otras sesenta, otras treinta. ¡El que tenga oídos, que oiga!».

Mt 13,3-9

Buen domingo a todos. Aprovechando el encierro obligado en casa, los invito a compartir el estreno de una nueva serie. No es de Netflix ni de Amazon.

Auspiciante: El evangelio.

Título: Las parábolas.

Productor: El Padre.

Protagonista principal: El Hijo.

Reparto: Nosotros.

Relator: San Mateo.

Además, traducido a todas las lenguas y dialectos por el Espíritu Santo.

Por el p. Julio Cura omv


Así comienza Jesús: “El sembrador salió a sembrar…”.

Su Palabra nos llega en forma de un símbolo que se expresa por sí mismo, pero nos introduce en una verdad más profunda, que sólo se entiende por la fe de quienes el Hijo lo quiera revelar.

Por eso, prestemos atención al símbolo central de los textos de este domingo: ¡la semilla! (leer Mateo 13, 1-23).

La primera lectura, del profeta Isaías, ilumina el cuadro de esta parábola: nos habla del trayecto y del destino de la Palabra de Dios bajo la figura de la llovizna que empapa la tierra, «la fecunda y la hace germinar para que dé la semilla al sembrador y el pan para su sustento»; de la misma manera ocurre con la «palabra que sale de la boca de Dios» que no retornará a su dueño «sin haber realizado lo que yo deseo y sin que se cumpla la misión para la cual la envié» (leer Isaías 55, 10-11).

Aquí tenemos delineado el proyecto de salvación prometido por el Padre, anunciado por los profetas, realizado en y por Jesucristo. Bajo la figura de una parábola invertida cuyo punto de partida está más allá de los tiempos y distancias, desciende esa Palabra «que era Dios y que desde el principio estaba junto a Dios» (Jn 1,1s) para sanar a la humanidad herida y devolverle la dignidad de hijos/as de Dios, cuya «manifestación espera con impaciencia … y como con dolores de parto toda la creación» y entregárselos redimidos y reconciliados al Padre (leer Carta a los Romanos 8, 18-23).

Ahora releamos detenidamente el evangelio (Mateo 13, 1-23) que inicia la serie llamada de las parábolas, que seguiremos meditando en los próximos domingos. Aquí, el sembrador es el Padre, la semilla es el Hijo de Dios hecho Palabra y el terreno es el corazón de cada uno de nosotros, llamados a dar una respuesta libre y responsable, es decir, a escuchar y decidir.

Notemos que la semilla-Palabra es ofrecida a todos los hombres y mujeres en cualquier tiempo y lugar. Prestemos atención a lo que dice Jesús, personalizando los terrenos como lugares del corazón: expuestos a la acción del maligno, al juego de los sentimientos, de las emociones pasajeras, a las buenas intenciones desperdiciadas por la falta de constancia o por las dificultades y «preocupaciones de la vida…» (particularmente en este tiempo de pandemia).

Ahora, con el evangelio en la mano, sigamos los pasos que propone el evangelista sobre lo que explica Jesús:

1- Escuchar la palabra y no comprenderla (v. 19).

2- Escuchar y recibirla con entusiasmo, pero no colaborar después para que crezca, es decir, hacerla infecunda (v. 20).

3- Escuchar la palabra, pero dejarla sofocar (v. 21).

4- Escuchar la palabra y comprenderla, es decir, dejarla fructificar según la propia capacidad y receptividad (v. 23).

Por último, ahora que la pandemia nos tiene acorralados en casa, me animo a sugerir que hagamos un momento de silencio dentro del corazón y, si es posible, en familia, con los amigos, con quienes nos juntamos; y escuchemos a Jesús que nos habla, como prometió: “cuando se reúnan en mi Nombre, yo estaré en medio de ustedes”.

Invoquemos con toda confianza la luz del Espíritu Santo y preguntémonos con sinceridad: ¿qué clase de terreno es mi corazón?

¿Qué obstáculos impiden su fecundidad?

¿Qué cambios y qué opciones estoy dispuesto a realizar para que mi corazón se convierta en tierra buena y dé fruto abundante?

Recordemos que el amor, como respuesta al don absoluto, que es Cristo, es capaz de relativizar hasta los sentimientos más legítimos y experimentar como suave y llevadero el sacrificio exigido por esta opción (ver las lecturas del domingo XIII).

Pensemos en María, que recibió en su seno virginal a la Palabra hecha hombre y pidámosle que nos enseñe a tener su disponibilidad como oyentes obedientes a su Hijo.

Y no olvidemos que el mundo y la creación entera, es decir, la familia, los amigos, el equipo, el trabajo, la escuela, el barrio, el servicio comunitario… esperan con ansias la manifestación de los hijos de Dios, o sea, nuestro testimonio y compromiso cristiano.

¿Nos animamos? ¡Vamos!

Jesús nos guía y María nos acompaña!

Seguimos el domingo que viene compartiendo el capítulo 2 de la serie.

Los espero.

Los comentarios están cerrados.